Bienvenido al blog de Ad Vitam Psicólogos. Un espacio en el que te puedes mirar, sentir...
...Y tal vez aprender a quererte un poco más.

martes, 27 de marzo de 2012

El Jardín


      Érase una vez un hombre amable que quiso cultivar un jardín. Sus puertas siempre estarían abiertas a todo el mundo. Se esmeró y puso mucho cariño en sembrar la tierra, regarlo diariamente, buscar las más hermosas flores para adornarlo,... Sentía que así debía hacerlo. Hizo de aquel jardín un lugar amable y tranquilo, como él. La gente empezó a visitarlo pero algunas personas no eran cuidadosas como él lo había sido: a veces caminaban sobre la hierba o tiraban algún desperdicio. Esto molestaba al hombre y le hacía sentirse mal, pero nunca decía nada. Creía que el resto de personas debían profesar el mismo amor y respeto por el jardín que él mismo sentía. Algunos amigos le animaron a poner señales e indicaciones sobre las normas que debían cumplir aquellas personas que lo visitaran. Al hombre no le gustaba la idea, le parecía que los carteles podrían afear aquel espacio y entonces pocos querrían acercarse. Empezó a cavar pequeños hoyos en la tierra para enterrar los desperdicios que la gente arrojaba y que afeaban su jardín. Los depositaba allí y los cubría con tierra. Al principio fueron unos pocos, pero con el tiempo llegaron a ser  muy numerosos. Al mismo tiempo, otras personas veían como otros arrojaban desperdicios o pisaban las flores y se creían en disposición de tratar el jardín de la misma forma irrespetuosa. Aunque el jardín en la superficie seguía siendo hermoso, pues el hombre invertía mucho cariño y dedicación, con el tiempo se fue marchitando. El subsuelo se fue empobreciendo por tantos y tantos desperdicios que habían quedado allí depositados. De forma parecida, el hombre también llegó a sentir que se había acumulado mucha ira y frustración en su interior y con el tiempo fue dejando de ocuparse del jardín pues ya no le reportaba ninguna gratificación. Estuvo mucho tiempo sin visitarlo y un día quiso volver. Estaba contemplando el lugar desolado en el que se había convertido y la ira y la frustración que habían quedado acumuladas durante tanto tiempo dieron paso a una gran desolación. Había un niño jugando a arrancar algunas de las pocas flores que quedaban aun lozanas. El hombre, que no se permitía llorar nunca en presencia de otros, no pudo retener por más tiempo las lágrimas. El niño se acercó a él movido al principio por la curiosidad y luego por un sentimiento de empatía, pues verlo así le había conmovido. Algunas lágrimas resbalaron por las mejillas del hombre y se depositaron en el suelo sobre la hierba seca y deslucida. Contrariamente a lo que habría cabido esperar, ya que las lágrimas son saladas, una pequeña planta empezó a brotar sobre el mismo lugar donde se habían derramado. El niño trató de consolarle y quiso saber por qué se sentía así. El hombre le contó todo entre sollozos:como había empezado a darle forma al jardín, el cariño con el que lo había cuidado, lo hermoso que llegó a ser tiempo atrás y el maltrato al que lo habían sometido muchos de sus visitantes. Aunque el niño no entendió bien todo lo que le contaba, si que sintió que aquel lugar y las cosas que allí crecían eran muy importantes para el hombre y quiso enmendar su error ayudándole a plantar algunas flores y plantas nuevas. Esto renovó la esperanza en el hombre y le infundió ánimos para remover la tierra y volver a replantar todo el jardín. Cuando reabrió sus puertas volvía ser el lugar hermoso y amable que había sido pero había numerosos letreros con indicaciones y prohibiciones, algunas zonas se habían acotado y sólo se permitía transitar por determinados lugares e incluso se limitaba el acceso a las personas que, habiendo sido advertidas, volvían a tratar el jardín de forma irrespetuosa. De esta forma el lugar permaneció cuidado y hermoso y el hombre ya no tuvo motivos para sentirse mal nunca más en su jardín.


                                                                                                                          Jorge A. Calzado




2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el post.
    Si algo he aprendido en casi dos años de terapia, es que dejar las cosas dentro de uno, encerradas y sin salir, es lo que verdaderamente nos hace daño. Y que ponerle límites a los que nos rodean también ayuda a que nadie nos pisotee y se apropie de nuestra vida.
    Pero es un camino dificilísimo, aún no logro recorrerlo sin sentir cierto miedo y muchos remordimientos de conciencia...

    ResponderEliminar
  2. El espinoso asunto de los límites. Ponerlos puede parecernos malo, no ponerlos siempre es peor. Hay que aprender a decir "¡No!", aunque a veces cueste. Pienso, en este sentido, que los límites tienen mucho que ver con nuestros miedos, con nuestras inseguridades. Al final, la vida te pone en contexto, y si hay algo que tengo claro, porque lo he aprendido, es el "valor de mi valía", valga la redundancia. Y si los demás no son capaces de percibir la belleza y la singularidad de nuestro jardín, entonces mejor se les invita a salir.

    ResponderEliminar